Joel Muñoz
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Fue lindo el día en que me recibí de creativo. El teatro estaba lleno, repleto de gente venida de todas partes. De todas las estrellas, planetas y satélites de los alrededores de la luna. El teatro estaba en un barrio de la luna, llamado Libertalia (nombre puesto por el famoso astrónomo y cabrochicólogo, Mario Salazar, reconocido por el mundo entero por sus discusiones con Maturana y conmigo).
Bueno. Había de todo. Y todos vestían acorde con la magnífica ceremonia de titulación de una nueva generación de creativos. Camisas amarillas, azules, rojas, verdes, pocas blancas, muchas camisetas negras. Jeans gastados y parchados, ropa usada, sombreros varios, chalas, chaquetas desteñidas y arrugadas, caras de trasnochados, dos o tres con corbatas multicolores. Faldas con manchas de colores tierra. Pañuelos al cuello, pañuelos en la cabeza, pañuelos en las muñecas. Pelos pintados. Mucho cigarro y gente tomando café por todos lados.
Había jóvenes escritores con viejas carpetas roñosas deambulando por todos los pasillos, algunos leyendo sus escritos en voz alta, entre la gente. Gente con barba y gente sin afeitarse. Había artistas visuales con todo tipo de carpetas con dibujos realmente extraordinarios, Había guionistas de telenovelas, que trataban de vender sus historias a precio de huevo. También había cineastas que andaban filmando todo, para un largo. Llegaban poetas, redactores publicitarios, sociólogos, periodistas disconformes, filósofos que habían abandonado la profesión, profesores de castellano postmoderno, Gente con cuento. Imagínense, lo mejor de lo mejor. La crême de la crême.
Bueno, había varios amigos míos de la infancia creativa. Con ellos jugábamos a las canicas con bolitas cuadradas, por ejemplo. O hacíamos canciones al revés. O jugábamos a la pelota con los ojos cerrados. Cosas así.
Entonces, cuando sólo la mitad había llegado, decidimos partir no más. Los otros llegarían pronto. Los creativos se atrasan, pero llegan, siempre llegan.
Faltaban los músicos pobres, los productores de un programa radial nuevo, las chiquillas de una empresa de páginas web, cuando todavía las páginas web no existían, los arquitectos dedicados a diseñar stands, dos o tres directores creativos internacionales y un montón de estudiantes, de esos que siempre andan metidos en este tipo de cosas. No sé para qué, porque esta profesión no es futuro para nadie, según decían los críticos que habían quedado afuera porque la asociación de creativos les había prohibido la entrada. Así de simple.
Los críticos, los que siempre le encuentran el lado negro a las cosas, los que andan diciendo a todo que no se puede, que no se debe, que no hay plata, que es mucho, que es poco, que lo van a revisar y no lo revisan nunca, esos, casi nunca son invitados a estas ceremonias tan importantes.
Comienza la ceremonia. Una trapecista pasa volando con un elefante al hombro. Un elefante azul, si mal no recuerdo. Se apaga la luz. Se escucha una voz en off que dice, cierren sus ojos, por favor, y ahora imagínense el acto completo. Eso fue lo mejor, porque cada uno tuvo la ceremonia que quiso.Para no sacar bruscamente a la gente de su estado de ampliación de la conciencia, se prendieron las luces de a poco, con una música creada para la ocasión, regalada por supuesto, por un músico creativo y generoso, como todos los creativos, que siempre están dispuestos a inventar cosas y no andan con las facturas y los presupuestos por delante. Así es como muchos se aprovechan de ellos, pero en fin. A los creativos no les importa mucho, porque tienen muchas ideas.
Cuando todos abrieron los ojos se produjo un tremendo aplauso, una ovación. Para premiar la idea de que cada uno se imaginara el mejor acto de graduación de creativos que se había visto. Fuimos pasando uno a uno por el escenario, se graduaron de creativos los más diversos personajes. Niños, jóvenes, viejos, mujeres, hombres, homosexuales, médicos veterinarios, ingenieros en minas, vendedores de maní tostado, directores de prensa (pocos, eso sí), gerentes (también había pocos), vagabundos, locos, gente cuadrada, gente redonda, en fin. Y yo.
La noticia sólo salió en un diario alternativo, en un recuadro donde se destacan las cosas curiosas.Pero la fiesta duró hasta ahora. Desde aquel día, siempre es fiesta en la vida de un creativo. Siempre hay algo que relacionar, juntar, armar, desarmar, buscar, encontrar.
Para qué?
Para encontrar una idea. Una idea cada día. Una sola idea central, un concepto que contenga todo el futuro imaginable expresado en una síntesis. ¿No les parece extraordinario? Cada idea es una fiesta en el espíritu creativo.
Por eso, en general, los creativos se latean tanto con el mundo ordinario, formal, rutinario, sin ideas, cuando todo es más de lo mismo. No lo pueden soportar. Va contra su biología. Ojalá esto pudieran entenderlo los ejecutivos de película, los encargados de la eficiencia y la eficacia.
Si escucharan a los creativos con más atención y no les estuvieran midiendo el tiempo y el espacio, ganarían el doble o el triple. Pero, en fin, así es la vida de afuera.
A veces me pregunto qué será de estos locos con los que me gradué, mis queridos compañeros de generación, ¿Les aceptaron la estrategia, le habrá gustado la idea al cliente, les habrán comprado el guión, habrán logrado convencer al cliente gordo y grande de la gráfica para su campaña, les habrán aceptado el presupuesto por pensar una idea, habrán conseguido el financiamiento para publicar esos poemas, habrán terminado el largometraje, les habrán pagado como corresponde, a tiempo y lo justo, estarán siendo reconocidos como lo que son, lo mejor de la sociedad? (Maslow, La Personalidad Creadora).
Yo no puedo quejarme. No me ha ido tan mal. Con el tiempo, las canas, los años, la experiencia, los creativos vamos comprendiendo el desorden del mundo. Por eso hoy me visto un poco más formal. Sólo un poco. Ya no uso el pelo tan largo, ni los jeans viejos.